Alianzas, cismas y mucha violencia: la historia secreta del yihadismo en África

Captura de pantalla de un vídeo propagandístico de la organización Boko Haram

En 2017, los atentados yihadistas dejaron más de 10.000 muertos en el continente, donde estos incidentes han crecido más de un 300% en siete años. La amenaza se expande, pero no como crees

Hace poco más de un año, un camión bomba cargado con dos toneladas de explosivos estalló en el centro de Mogadiscio, matando a casi 600 personas y convirtiendo ese atentado en el segundo más letal de la historia del terrorismo moderno. El triple de muertos que en el 11-M o en los atentados de Bali. Diez veces más que en el 7-J de Londres en 2005.

Un episodio que da una idea de la escala de violencia que está teniendo lugar no solo en Somalia, sino en todo el continente africano. El año pasado se cerró con más de 10.000 muertos en atentados yihadistas. Y aunque la cifra está lejos del récord alcanzado en 2015 –de alrededor de 18.000-, el fenómeno no deja de extenderse: entre 2010 y 2017, el número de países con presencia yihadista se ha duplicado, y el nivel de atentados ha crecido más de un 300%.

Yihadistas Africa“La amenaza se expande. Al Qaeda tiene ahora mismo más militantes de los que ha tenido nunca en África, y tiene presencia en muchos países donde no se pensaba que pudiese florecer este tipo de amenaza”, señala Sergio Altuna, investigador asociado en el Programa de Terrorismo Global del Real Instituto Elcano. “Han aparecido nuevos brotes yihadistas en Mauritania, en Kenia, en Burkina Fasso con mucha fuerza, en Níger, donde apenas había presencia en una zona al sureste del país y ahora es zona de alto riesgo…”, enumera a modo de ejemplo.

Según el informe anual sobre terrorismo del Departamento de Estado de EEUU, publicado a principios de octubre, “aunque los países africanos han expandido sus esfuerzos para desarrollar soluciones antiterroristas regionales”, todavía “luchan por contener la expansiónde los grupos terroristas, afiliados y aspirantes implicados en atentados y otras actividades en 2017”. Mientras el mundo miraba a Irak y Siria y celebraba los últimos estertores del autoproclamado Califato del Estado Islámico, el yihadismo florece como un cáncer por toda África.

“Hay varias razones. A la falta de oportunidades educativas y económicas se le suma la mala gobernanza: muchos de estos países tienen regímenes muy autócratas donde además se centraliza enormemente el poder, que no tienen presencia más allá de los grandes centros urbanos, lo que facilita que un porcentaje de la población, pequeño pero evidente, bascule hacia este tipo de redes terroristas”, dice Altuna a El Confidencial.

Drama familiar en Boko Haram

En muchos sentidos, la historia reciente de Boko Haram es ilustrativa sobre cómo está evolucionando el yihadismo en el continente africano. Fundada en 2002 en la ciudad nigeriana de Maiduguri por un carismático clérigo llamado Mohamed Yusuf como un movimiento religioso, no tardó en radicalizarse y empezar a utilizar la violencia contra aquellos que no se adhiriesen a su interpretación islámica en términos maximalistas. Cuando Yusuf fue ejecutado públicamente por la policía nigeriana en 2009, sus seguidores entraron en una deriva cada vez más sanguinaria que ha culminado en los actos de salvajismo que han puesto al grupo en el punto de mira internacional.

El sucesor de Yusuf, Abubakar Shekau, se ha hecho famoso por las grandes matanzas en el norte de Nigeria y los países vecinos, el uso de niños en atentados suicidas y los secuestros de menores en sus escuelas. La organización coqueteó en su momento con la idea de unirse a Al Qaeda en el Magreb Islámico, e incluso llega a enviar a algunos de sus miembros a Argelia para recibir entrenamiento, pero la iniciativa no prosperó. En 2015, Shekau juró lealtad al Daesh y cambió el nombre del grupo a Provincia del Estado Islámico en África Occidental (o ISWAP, por sus siglas en inglés). Pero los líderes del ISIS pronto comprendieron que el nigeriano parecía tener más interés en expandir el terror por el terror que en administrar un territorio.

Por eso, en 2016 el Estado Islámico decidió nombrar a otro líder para representar a la organización en esta zona de África, y eligió a Abu Musab Al Barnawi, hijo de Mohamed Yusuf, lo que dividió en dos al movimiento. El ISWAP de Barnawi –que podría mantener unos 3.500 combatientes, lo que le convertiría en el contingente más numeroso del ISIS en todo el mundo- se convirtió en el afiliado oficial del Daesh en el noroeste del continente, mientras que todo el mundo empezó a referirse a la facción de Shekau –que aún cuenta con unos 1.500 hombres- con su antiguo nombre de Boko Haram. Y mientras esta última es más dada a la violencia indiscriminada y a gran escala, el ISWAP se ha beneficiado de la experiencia de yihadistas veteranos de otros países, que les han enseñado técnicas como la colocación de bombas caseras en las carreteras.

Nigeria, por su situación estratégica, es probablemente el punto de conflicto más caliente de todo el continente. “Si Nigeria cae, eso crearía un agujero gigantesco que arrastraría a seis o siete países”, señala un general retirado que tuvo un alto cargo en el AFRICOM, el mando del ejército estadounidense para África, en declaraciones a la publicación The Economist. Pero no es ni mucho menos el único foco de preocupación.

Los expertos han visto con cierta alarma cómo muchos de estos grupos se iban agrupando progresivamente en coaliciones yihadistas cada vez mayores, como ha sucedido, por ejemplo, en el Sáhara. Allí surgió, a finales del invierno pasado, el llamado Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes, mediante la fusión de varias organizaciones salafistas yihadistas: los tuaregs de Ansar Dine, el grupo maliense Frente de Liberación de Macina, Al Morabitun –nacido a su vez de la unión entre el Movimiento por la Unicidad y la Yihad en África Occidental (MUJAO) y los llamados Signatarios por la Sangre- y la rama sahariana de Al Qaeda en el Magreb Islámico. Aunque el grado de cohesión interna es objeto de discusión, Al Qaeda lo considera su filial en el Sahel tras haber jurado lealtad a Ayman Al Zawahiri, el sustituto de Osama Bin Laden al frente de la organización, y su implantación y el alcance territorial de sus redes son formidables.

La hegemonía de Al Shabaab

En otros escenarios, sin embargo, prevalece la atomización de estas organizaciones. Es el caso de Egipto, donde el surgimiento del Estado Islámico y la represión de la junta militar han llevado a la aparición de media docena de organizaciones diferentes y enemigas acérrimas entre sí. Pero en el Cuerno de África y alrededores, la proliferación de grupos palidece frente a la hegemonía de Al Shabaab.

“Al Shabaab ha retenido un santuario, acceso a reclutas y recursos y el control de facto sobre extensas partes de Somalia, en las que se mueve libremente”, señala el informe anual del Departamento de Estado. Pero el elemento más preocupante es la extensión del grupo hacia los países vecinos, como Uganda, Kenia y otros países más al sur. “A pesar de haber perdido territorio en Somalia y ver recortado su reclutamiento en Kenia bajo la presión de las autoridades, Al Shabaab ha sabido adaptarse encontrando nuevas áreas de operaciones, incluyendo el establecer relaciones con militantes en el sur de Tanzania y el norte de Mozambique”, dice un informe del International Crisis Group sobre esta organización. No está claro, sin embargo, si existe un vínculo entre Al Shabaab y la irrupción de un nuevo grupo mozambiqueño, conocido como Ansar Al Sunna o “Sunna Swahili”, que trae de cabeza a las autoridades de ese país donde apenas existe población musulmana.

El general Mark Hicks, al mando de las fuerzas especiales estadounidenses en África, compara la situación actual con el ascenso de los talibanes en Afganistán en los años 90: “Todavía está en una fase naciente y se puede lidiar con ello a un precio asumible en sangre y fondos”, asegura en una entrevista con The Economist, dando a entender que podría no ser así por mucho tiempo. El AFRICOM, de hecho, elaboró un documento en octubre de 2017 en el que analiza lo que podría suceder si el control de estos grupos se extendiese en Libia, el Sahel y la cuenca del lago Chad, e incluso empezasen a tejer alianzas entre ellos.

El análisis estima qué ocurriría si una coalición de grupos yihadistas se hiciese con el poder en el contestado este de Libia, donde residen los pozos petrolíferos más lucrativos del país, y, de un modo similar a lo sucedido con el Estado Islámico en Siria e Irak, pudiesen utilizar esos ingresos para financiar campañas terroristas. “El ISIS y sus ramas asociadas podrían entonces empezar a planificar y llevar a cabo atentados a gran escala y de gran impacto contra objetivos occidentales en el norte de África y Europa”, señala el documento.

Este también estudia las posibles alianzas entre el ISIS y las diversas ramas de Al Qaeda, tanto en Libia como en el Magreb, que les permitiría expandirse por Argelia, Mali y Túnez. “En cinco años, esos grupos reestablecerán el control sobre el territorio del norte de Mali hasta Tombuctú y mantendrán relaciones cooperativas estrechas con los grupos rebeldes malienses, mientras proporcionan una gobernanza efectiva sobre el territorio capturado”, dice el estudio del AFRICOM, que también expresa su temor ante una reunificación entre Boko Haram y el ISWAP. “En dos años, [el territorio bajo su control en Nigeria] podría convertirse en un destino de la yihad destructiva global, recibiendo a combatientes extranjeros y regionales para entrenamiento y adoctrinamiento”, indica.

La alianza es posible

Pese a tratarse de un análisis sobre el peor escenario posible, a expertos como Altuna la hipótesis de la cooperación entre grupos no les suena tan descabellada. “Ya ha tenido lugar en según qué zonas. Por ejemplo en Bengasi, una facción de AQMI, el Consejo de la Shura de los Revolucionarios de Bengasi colaboró con Estado Islámico Wilāyat al-Barqa durante el asedio al que [el general rebelde] Khalifa Haftar sometió la ciudad. En algunos países ha habido escisiones, luego ha vuelto a haber reunificaciones…. La cooperación es una posibilidad. Ahora, que de hoy para mañana todo vaya a ser amistad, no me parece factible. Pero con el tiempo, seguro que es posible”, apunta. “Como mínimo, muchos de los líderes de las facciones del Estado Islámico en África han militado anteriormente en Al Qaeda, con lo cual mantienen lazos y amistades. De hecho, de momento en el continente africano no se pelean demasiado entre sí. Y está claro que mantienen relaciones entre ellos”, comenta.

Algunos observadores, sin embargo, creen que las predicciones del AFRICOM pueden ser un intento de atraer fondos en un momento en el que la Administración Trump está pensando en reducir los presupuestos y el despliegue de tropas estadounidenses en el continente. Además, muchos activistas africanos sostienen que la presencia de tropas extranjeras no sirven para resolver el problema, sino para empeorarlo.

Altuna Matiza: “Me parece irrefutable que si no hubiese sido por la operación Serval, continuada a través de la Operación Barkhane [en las que miles de soldados franceses fueron desplegados en territorio maliense, a los que se han ido sumando contingentes de otros países, incluyendo a España], el norte de Malí se habría ido de las manos y se hubiese extendido el control yihadista a áreas que, si bien poco pobladas, son muy extensas en territorio. Ahora bien, también creo que esta intervención les permite, en según qué medios, tener un importante caladero de futuros militantes”, comenta. “La presencia occidental, además de generar dependencia en según qué aspectos de su cooperación, exacerba el sentimiento de neocolonialismo y de injerencia. Eso para mí es evidente”, opina.

“Pero África es muy amplia y el Sahel también, la presencia occidental no es homogénea, la acción no es igual en todos los países, y los resultados tampoco. No obstante, creo que tal vez la ayuda de Occidente debería reformularse, dar más importancia al desarrollo y a la cooperación en materia de seguridad, para empoderarlos a ellos, que una presencia fija de según qué misiones”, dice, subrayando la complejidad del escenario africano: “También es cierto que en algunos países, con la sola acción de las fuerzas de seguridad locales no serían capaces de contener la amenaza en todo el territorio”, comenta.

Publicado originalmente en El Confidencial el 18/11/2018

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