Antígona en la frontera siria

Aziz Güler en Siria

Aziz se marchó a Siria para combatir al ISIS. Cayó hace mes y medio en el norte del país. Su cadáver no ha vuelto a su Estambul natal; Turquía no lo permite. Hay decenas de familias en esa situación

Desde que los familiares de Aziz Güler descubrieron que el joven se había marchado a Siria a luchar contra el Estado Islámico, fueron conscientes de que cualquier día podían recibir la llamada fatídica que les anunciase su muerte. Lo que no esperaban era la pesadilla a la que iban a tener que enfrentarse al llegar ese momento. Güler apenas tenía 27 años cuando, hace mes y medio, pisó una mina al volver de un combate contra los yihadistas a unos 30 kilómetros de Serekaniye, uno de los frentes activos en el norte de Siria. Desde entonces, su cadáver permanece en la morgue de un hospital en Qamishlo, en la frontera con Turquía. Sus parientes quieren traerlo de vuelta para enterrarlo en su ciudad natal de Estambul. Y, por algún motivo, las autoridades turcas no lo permiten.

“Hemos hablado con el gobernador del distrito de Suruç, pero no lo autoriza. Dice que tiene órdenes”, explica su hermano, el director de teatro Ersin Umut Güler. La familia cree que vienen directamente de la oficina del primer ministro Ahmet Davutoglu, aunque son verbales. “No hay ningún documento escrito ni prohibición”, dice. Legalmente, no existe ninguna restricción que lo prohíba.

Hay decenas de familias en la misma situación”, indica Ersin. Las demás, sin embargo, han optado por rendirse y aceptar que sus hijos sean enterrados en Siria. “Somos los únicos que estamos luchando por que nos permitan traerle de vuelta”, comenta.

‘Es la historia de Antígona, tres mil años después. El Rey Creonte, Erdogan, no permite que se entierre a mi hermano’, dice ErsinAziz Güler formaba parte de un grupo creado recientemente llamado Fuerzas Unidas por la Libertad (BÖG, por sus siglas en turco), cuyo objetivo declarado era erradicar al ISIS de la zona fronteriza, para impedir que pudiese expandirse por Turquía. En los últimos dos años, cientos de jóvenes con pasaporte de este país, kurdos y turcos étnicos de izquierdas, han viajado al norte de Siria con este propósito. Sin embargo, su inevitable relación con las milicias kurdas YPG -la facción armada del Partido de la Unión Democrática (PYD), la rama siria de la guerrilla del PKK, que opera en Turquía- hace que invariablemente sean considerados terroristas por el Gobierno turco.

La última vez que Ersin vio a su hermano fue en noviembre del año pasado. Aziz estaba de paso por Estambul, y llamó a Ersin, quien le dijo que se encontraba absorto en los preparativos de una nueva obra de teatro. Aziz acudió al ensayo, charló con su hermano y se despidió con un abrazo. No le dijo adónde iba.

La obra, un emotivo drama sobre la opresión del hombre por el hombre, se estrenó el pasado viernes en el teatro Baris Manço de Estambul. La presencia de la madre de Aziz y Ersin, visiblemente quebrada, convirtió el evento en un conmovedor acto de denuncia del que la mayoría de los asistentes salían envueltos en lágrimas. El padre estaba ausente: permanece en Siriacustodiando el cadáver de su hijo, y asegura que no se moverá de allí mientras no permitan su regreso.

Aziz había estado implicado en protestas políticas desde que era estudiante de instituto. Durante la revuelta de Gezi en 2013, la mayor oleada de agitación antigubernamental de la historia reciente de Turquía, fue detenido y maltratado por la policía, lo que provocó su radicalización. Tras su puesta en libertad se fue a Izmir, donde continuó con sus estudios universitarios durante un año, hasta que se perdió su rastro. Ni siquiera su novia sabía dónde había ido.

“Algunos amigos me dijeron que se había implicado en una lucha política en Izmir, pero no me lo creí. Seguí preguntando, hasta que comprendí que estaba en Siria”, explica Ersin. “Estábamos preocupados, queríamos que volviera e intentamos encontrar algún modo para que pudiera regresar. Pero le conocemos y sabemos que cuando toma una decisión es en firme, así que sabíamos que no iba a volver”, relata.

La confirmación les llegó cuando las BÖG, establecidas en Kobane, publicaron algunos vídeos en su cuenta de Twitter en los que aparecían varios militantes. “Estaba enmascarado, pero sabíamos que era él”, dice Ersin.

Entonces llegó el atentado de Suruçun suicida del Estado Islámico se inmoló en medio de un grupo de jóvenes activistas turcos que habían viajado a la frontera siria para llevar material humanitario y ayudar en la reconstrucción de Kobane. “Recibí una llamada suya esa noche. Estaba preocupado por su novia, porque sabía que ella quería venir a Suruç y entrar a Siria para verle”, explica Ersin. “Hablamos en clave, sin dar nombres. Apenas pude atenderle, porque en ese momento estábamos huyendo de la policía”, dice. En Estambul y otras ciudades se habían convocado manifestaciones de condena por el atentado, que, como es habitual, fueron duramente reprimidas por los agentes antidisturbios.

Al parecer, tras la liberación de Kobane, Aziz estaba considerando regresar a Turquía. Suruç lo cambió todo. “Nos dijo que ya no podía volver hasta que hubiesen expulsado al ISIS de toda la frontera”, comenta su hermano. Medio año después, estaba muerto.

Ersin tiene todas las razones del mundo para odiar al Estado Islámico. Él y sus primos se encontraban en Ankara el pasado 10 de octubre, el día del peor atentado de la historia de Turquía (en el que dos suicidas del ISIS masacraron a los asistentes a una marcha por la paz convocada por sindicatos de izquierda), y aunque ninguno de ellos resultó herido, lo vieron todo. “Esa explosión fue una prueba de los deseos de Erdogan contra la celebración de esa manifestación”, asegura Ersin, quien, como muchos turcos, cree que el Gobierno turco apoya al ISIS y lo utiliza para sus propios fines. Al día siguiente, varios diarios islamistas titularon: “Mueren un centenar de ateos en un atentado”.

La muerte de Aziz se produce, además, en un momento en el que Ankara, alarmada por la creciente colaboración entre Washington y las YPG, está endureciendo sus posiciones respecto a las regiones kurdas del norte de Siria. Hace una semana, el primer ministro Davutoglu confirmó que el ejército turco ha atacado a las milicias kurdas sirias en al menos dos ocasiones, bombardeándoles en la localidad fronteriza de Tel Abyad, que las YPG arrebataron al ISIS este año.

“Dijimos que el PYD no cruzaría al oeste del Éufrates. En cuanto crucen, les dispararemos. Y lo hicimos dos veces”, declaró Davutoglu en una entrevista televisada. Una declaración lanzada con fines políticos domésticos, tratando de atraerse el apoyo de los nacionalistas turcos, pero que también ha sido confirmada por el PYD. Los ataques turcos se produjeron como respuesta al anuncio de que Tel Abyad sería incluida en el cantón kurdo de Kobane, a pesar de tratarse de una población de mayoría árabe, algo que pone furioso al Ejecutivo turco.

La familia de Aziz ha quedado atrapada en medio de estas confrontaciones políticas y territoriales. “Es la historia de Antígona, 3.000 años después. El rey Creonte, Erdogan, no permite que se entierre a mi hermano”, dice Ersin. La mayoría absoluta obtenida este domingo por el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan no parece que vaya a servir para suavizar las posiciones del Gobierno. Mientras tanto, el cuerpo de Aziz espera silencioso en un congelador de la frontera siria, prolongando el dolor de los suyos.

Publicado originalmente en El Confidencial el 04/11/2015

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