Cuatro posibles escenarios para acabar con la guerra en Siria

La crisis de refugiados acelera la búsqueda de una solución internacional; no hay respuestas fáciles. Estas son las principales opciones para lograr el cese de los combates o, al menos, mitigar su impacto

Después de cuatro años y medio de combates y más de un cuarto de millón de muertos, el final de la guerra civil en Siria parece todavía muy lejano. La irrupción, en calidad de beligerante y ya no solamente de asesor, de un ejército ruso que desde mediados de esta semana bombardea posiciones de la insurgencia complica todavía más el panorama y dificulta la finalización del conflicto. Tal y como ha puesto de manifiesto la agenda de la Asamblea General de las Naciones Unidas celebrada esta semana, las capitales de medio mundo debaten sobre la forma de poner punto final a esta tragedia. No existen soluciones fáciles, pero hay algunos escenarios que podrían acelerar el cese de los combates, o al menos mitigar su intensidad.

1. El desplome del régimen sirio

El Gobierno de Bashar al Asad se enfrenta a crecientes dificultades de reclutamiento incluso entre la población alauí a la que pertenece (y la que más tiene que perder en caso de victoria de una insurgencia plagada de radicales suníes que consideran herejes a los integrantes de dicha secta). La situación económica es delicada, las sanciones internacionales están haciendo mella en la tesorería nacional y se especula con la posibilidad de que uno de sus principales aliados, Irán, le retire su apoyo como concesión en las negociaciones con Occidente sobre su propio programa nuclear. Además, el llamado Frente Sur, una alianza de grupos rebeldes de probada capacidad ofensiva, ha conseguido afianzarse en la frontera con Jordania, y aunque hoy por hoy carece de capacidad para tomar Damasco, su presencia permanente a pocos kilómetros de la capital genera una importante presión psicológica sobre sus habitantes (incluyendo a los elementos principales del régimen).

No obstante, un colapso total parece improbable. Aquellos que luchan en el bando de Asad tienen razones de sobra para temer el triunfo de sus enemigos, lo que previene la fractura del ejército o las deserciones en masa. El apoyo ruso podría suponer un refuerzo decisivo para las muy necesitadas tropas regulares, apuntalar la moral y estabilizar los frentes. Además, la caída de Asad no significaría el fin de la guerra: probablemente, las coaliciones entre grupos yihadistas se desintegrarían en medio de luchas internas por el poder, y cualquier facción que sobresaliese seguiría teniendo que enfrentarse al Estado Islámico y, casi con seguridad, a unas milicias kurdas poco dispuestas a arriesgar las conquistas de autogobierno alcanzadas en el norte del país.

2. Un nuevo Gobierno inclusivo sin Asad

Algunos actores han sugerido la posibilidad de crear un nuevo gobierno en el que participe también la oposición. El principal punto de fricción es: ¿en él deberían tener cabida los Asad? La oposición en el exilio lo rechaza de plano, asegurando que el presidente sirio es “la raíz del problema”. “El objetivo principal debe ser encontrar una forma de acabar con esta guerra, y no hay salida sin un cambio a un sistema democrático donde el asesino Asad y su círculo cercano no tengan lugar”, afirmó esta semana Burhan Ghaloiun, un destacado miembro de la Coalición Nacional Siria. Y entre los insurgentes, a pesar del cansancio bélico y el hastío, hay cierto consenso de que, de aceptar un acuerdo político en el que participase Asad, toda la guerra y los sacrificios habrían sido en vano. Ese es uno de los motivos por los que las conversaciones de paz de Ginebra fueron poco más que una broma.

Así, prácticamente desde el principio se ha especulado sobre la posibilidad de que Asad optase por el exilio, y los rumores sobre la salida de su mujer Asma y sus hijos hacia Londres u otras capitales han sido recurrentes en todo momento, especialmente en 2012, después de que varias deserciones de alto nivel dieran relevancia a la posibilidad de un golpe de estado a manos de otros oficiales alauíes de rango elevado. A principios de verano se supo que Moscú podía estar dispuesta a forzar una salida del poder de este dictador, que se instalaría en suelo ruso, como parte de una negociación sobre el futuro de Siria. Y a mediados de septiembre, el expresidente finlandés y mediador internacional Martti Ahtisaari aseguró que la oferta había sido formulada hace ya tres años por el embajador ruso Vitaly Churkin, pero que las potencias occidentales, convencidas de que la caída de Asad estaba próxima, se habían negado a considerarla. Hoy, unas negociaciones sobre el futuro de Siria de las que se excluya completamente a Asad son mucho más improbables que entonces.

3. Un proceso de transición negociada con Asad

El régimen apenas controla un pequeño porcentaje del territorio de Siria (de un 14%, según la oposición, a un máximo de un 30% de acuerdo con otras fuentes), y de prolongarse de forma indefinida la situación actual, llevaría las de perder: como reza la vieja máxima de la guerrilla, en una situación de guerra asimétrica el estado pierde si no vence, mientras que el bando insurgente vence si no pierde. Sin embargo, en estos momentos la realidad sobre el terreno es otra.

A pesar de todos los problemas que atraviesa la administración, la guerra todavía puede durar muchos años, y es improbable que la comunidad internacional esté dispuesta a aceptar esta prolongación, especialmente si el resultado es la llegada de cientos de miles de refugiados a los países más desarrollados y con mayor capacidad de presión. Los principales valedores de la oposición podrían obligar a ésta a aceptar un gobierno inclusivo en el que se siente Assad. Pero hoy por hoy, algunos de estos países tampoco parecen por la labor. La clave, en este caso, sería la postura de unos estados del Golfo que temen la expansión de la influencia iraní (y donde Siria resulta un elemento fundamental), y de una Turquía cuyo presidente, Recep Tayyip Erdogan, parece obsesionado con la caída de Bashar.

4. La partición de Siria

A finales de julio, el presidente Asad sorprendió a muchos observadores al admitir “una falta de recursos humanos” que obliga al ejército sirio a “abandonar algunas áreas”. “Cada pulgada de Siria es preciosa”, dijo, añadiendo de forma significativa: “Ha sido necesario especificar en qué zonas críticas deben resistir nuestras fuerzas armadas”. El discurso fue interpretado por muchos observadores como la aceptación forzosa de una futura partición de Siria, en la que el régimen mantendría Damasco, las carreteras que unen la capital con la región noroeste del país, y la franja costera de mayoría alauí, dejando el resto en manos de la oposición.

Algunas voces, de hecho, promueven esta partición como la mejor solución posible -tal vez la única- para este conflicto, al estilo de los acuerdos de Dayton que pusieron fin a la guerra de Bosnia. “Tenemos una partición ‘de facto’, pero nadie quiere reconocerlo. En Damasco hay posters por todas partes sobre una Siria unificada. La oposición dice que no necesitamos una partición. Pero la tendremos”, afirma Fabrice Balanche, analista del Grupo de Investigación y Estudios sobre el Mediterráneo y Oriente Medio de Lyon.

En caso de una división pactada del país, habría que llegar a una difícil conciliación de los intereses de los diferentes actores, tanto nacionales como internacionales. Marc Champion, de ‘Bloomberg’, resume: “Irán querrá que un régimen amistoso dominado por los alauíes controle Damasco y un pasillo seguro desde el aeropuerto de la capital hasta Líbano. Rusia querrá saber que su base naval en Tartús [en la costa mediterránea] está segura, y que Siria en su conjunto no se convertirá en un estado islamista suní ni en un protectorado estadounidense. Arabia Saudí querrá ver cómo Hizbulá sale de Siria y la influencia de Irán se reduce. Israel necesitará asegurarse de que el lado sirio de los Altos del Golán no se convierte en un nuevo campo de acción para Hizbulá. Turquía querrá que una entidad suní controle Alepo y el norte, y que se limite la autonomía kurda”.

Aún más complicado sería decidir cómo se administran Alepo, dividida en zonas de influencia entre los diferentes bandos, y Damasco, en cuyo extrarradio la insurgencia tiene una presencia importante. Algunos observadores han propuesto el envío de una fuerza de interposición de Naciones Unidas, unos pocos miles de cascos azules que tratarían de garantizar que no se produjesen nuevos enfrentamientos.

Otros actores se beneficiarían de dicho ‘status quo’: el Estado Islámico, que podría apuntalar la administración del Califato en los territorios bajo su control, y los kurdos en el norte del país. El resto, las regiones centrales y sudorientales de mayoría suní, se las disputarían las diferentes milicias opositoras, que en el mejor de los casos podrían crear un aparato estatal común. Podría haber, sin embargo, un nuevo y peligroso punto de conflicto: el Yabal Druz, la “Montaña de los Drusos”, un área donde son mayoría los miembros de este misterioso credo, que podrían reclamar una autonomía. Hay un precedente: la administración colonial francesa estableció un efímero estado druso entre 1921 y 1936, cuando fue integrado en el resto de Siria. Y aunque en el conflicto actual esta comunidad ha preferido mantener un perfil bajo en la medida de lo posible, los nacionalistas drusos han encontrado un poderoso aliado en el vecino Israel, donde se está considerando la posibilidad de proporcionarles armas para usarlos como barrera contra la expansión yihadista.

El mayor problema, sin embargo, sería la propia composición étnica del país. Los mapas que organizan Siria en diferentes regiones en función de los grupos de población no reflejan la amplia diversidad existente: incluso en las áreas de mayor homogeneidad existen poblaciones compuestas por minorías, por lo que una división por líneas sectarias implicaría una probable limpieza étnica. No obstante, algunos expertos, como Balanche, creen que a estas alturas no sería un gran problema, puesto que esta “ya ha ocurrido”.

Publicado originalmente en El Confidencial el 02/10/2018

You May Also Like