El economista obsesionado con China que susurra “aranceles” al oído de Trump

Peter Navarro habla a la prensa tras la firma de una orden ejecutiva sobre comercio, el 31 de marzo de 2017 (Fuente: White House/Wikimedia Commons)

El heterodoxo economista Peter Navarro se ha convertido en el principal asesor económico del presidente Trump. Su obsesión con China está detrás de la guerra comercial de EEUU

La escena debió de ser más o menos así: Donald Trump estaba furioso porque el Secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, y el Representante de Comercio, Robert Lighthizer, habían vuelto de las negociaciones comerciales en Shanghai con las manos vacías, sin haber logrado arrancarle nada a la delegación china. Esa misma tarde, Trump tenía un mitin electoral en Ohio y, aparentemente, esperaba poder anunciar un principio de acuerdo ante sus seguidores. Ahora no tenía nada. Rodeado de su equipo en el Despacho Oval, una palabra salía de su boca una y otra vez: “aranceles”.

Según relata el Wall Street Journal, casi todos los presentes –entre ellos, el Asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, el alto asesor económico, Larry Kudlow, y el jefe de personal en funciones, Mick Mulvaney– argumentaron con vehemencia en contra de la idea durante casi dos horas. Pero no lograron hacer cambiar de opinión al presidente. Esa misma tarde, Trump anunció en Twitter su intención de imponer tasas adicionales del 10% a los productos chinos por valor de 300.000 millones de dólares.

Durante todo ese tiempo, solo uno de los asistentes permaneció en silencio. Era Peter Navarro, el director de la Oficina de Políticas de Comercio y Manufacturas y, hoy por hoy, uno de los economistas más controvertidos del mundo. También, uno de los más poderosos. Es, precisamente, el hombre que susurra ‘proteccionismo’ al oído de Donald Trump. Para Navarro, no parece haber nada de malo en los aranceles, especialmente si van dirigidos contra China, una de sus mayores obsesiones.

A estas alturas tenemos ya unas cuantas certezas sobre Donald Trump. Sabemos que no tiene demasiado apetito por intervenir militarmente en el extranjero. Sabemos que una de sus fijaciones tradicionales es el “peligro asiático” que suponen los competidores económicos en Oriente (en los 80 era Japón, ahora es China). Y sabemos que, contra toda evidencia, está convencido de que los déficits comerciales son una catástrofe para Estados Unidos, y ha trabajado de forma incansable para reducirlos o revertirlos, sea en Asia, América o Europa.

En ese sentido, era tal vez inevitable que los destinos de Trump y Navarro acabasen encontrándose. Este doctor en economía por Harvard es un prolífico autor de 13 libros, tres de los cuales están dedicados a China y sus malas prácticas comerciales. Los títulos lo dicen todo: “Tigre agazapado: qué implica el ascenso militar de China para el mundo”, “Las futuras guerras con China”, y el que más impacto ha tenido: “Muerte por China”. “Las empresas estadounidenses no pueden competir porque no lo hacen contra empresas chinas. Están compitiendo con el Gobierno chino”, escribió en este último.

La receta contra ello: proteccionismo, reducción del déficit y utilizar todas las herramientas al alcance de Washington para enseñarle a Pekín quién manda. Al hacer la compra, Navarro examina cuidadosamente las etiquetas de todos los productos para garantizar que no están producidos en China. “No hay nadie más cuidadoso con lo que compra”, se jactó el propio Navarro en una entrevista con la publicación The Atlantic. “La gente tiene que ser consciente del alto coste de los precios bajos”, afirma.

Un perfil heterodoxo

Nacido en 1949, hijo de un saxofonista y una secretaria que se divorciaron durante su infancia, Navarro se crió con su madre y su hermano en Florida y Maryland. Estudió Artes en la Universidad Tufts gracias a una beca y posteriormente se pasó tres años enseñando inglés en Tailandia con los Cuerpos de Paz. Enseñó sobre energía en Harvard y económicas en varias universidades de la costa oeste. En paralelo, se lanzó a la política local en la que cosechó un fracaso detrás de otro.

Hasta entonces se consideraba un defensor del libre comercio. Pero él mismo explica que su posición empezó a cambiar el día que se dio cuenta de que muchos de sus alumnos de máster en el turno de noche estaban perdiendo sus empleos de día. Concluyó que se debía a la injusta competencia china. Y pese a no hablar chino ni haber pasado apenas tiempo en el país asiático, se fue especializando en China, siempre desde una vertiente hipercrítica.

Según sus colegas, su progresiva ideologización se cobró un precio en su desempeño profesional. “Su trabajo anterior en energía era sólido; los libros recientes no son de ese estilo”, afirma Amihai Glazer, un profesor de economía de la Universidad de California, Irvine, en declaraciones a la BBC. “Como los libros del profesor Navarro no ofrecen muchos datos, no hay manera de que estos economistas vean si los datos fueron analizados adecuadamente”, explica Glazer.

Trump ya había oído hablar de Navarro, cuyo libro “Las futuras guerras con China” había leído en 2011, ayudando a conformar su opinión en ese ámbito. Al anunciar Trump su candidatura, Navarro se ofreció a colaborar en la campaña, elaborando su programa económico junto al inversor internacional Wilbur Ross, hoy Secretario de Comercio. Tras la victoria electoral, Navarro se incorporó al Gobierno en un puesto creado específicamente para él, como jefe del hasta entonces inexistente Consejo Nacional de Comercio.

Nada más acceder a la Casa Blanca, Trump empezó a poner en práctica sus ideas, retirándose del Acuerto Trans-Pacífico (TPP). No está claro hasta qué punto esta decisión fue iniciativa de Navarro, pero sin duda éste lo saboreó como un triunfo. Después llegó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), renegociado con mucho esfuerzo por parte de Canadá y México.

Allá donde iba –Corea del Sur, Japón, Alemania-, Trump soltaba como una bomba su intención de reducir el déficit. Algunas de estas medidas han generado discretas inyecciones de capital a la economía estadounidense, que pasa por un momento dorado. Pero el daño a la confianza hacia EEUU en el resto del mundo es difícil de cuantificar.

“Solo un economista en todo el mundo…”

El principal asesor económico de Trump, el antiguo ejecutivo de Goldman Sachs Gary Cohn, se alió con su jefe de personal Rob Porter para impedir que el presidente pusiera en práctica muchas de las decisiones más radicales inspiradas por Navarro. Pese a ello, este adquirió la costumbre de colarse en el Despacho Oval tras la jornada principal, cuando gran parte del personal ya se había marchado a casa, para exponerle sus argumentos a Trump. En más de una ocasión, semanas de duro trabajo por parte de Cohn y Porter para convencer a su jefe sobre determinada política quedaron arruinadas tras una intervención intempestiva de Navarro. Trump estaba encantado con él.

Cohn ha explicado en muchas ocasiones su posición respecto a los aranceles: “Si tienes que gastar más en los productos que necesitas para vivir, tienes menos para gastar en los servicios que quieres comprar”. Por ello, afirma, el déficit comercial no es malo, puesto que permite al país destinar sus recursos a aquellos sectores que verdaderamente permiten destacar a EEUU, como servicios y tecnología. “Entre los economistas, solo hay uno en el mundo que no está de acuerdo”, dijo Cohn en una entrevista tras dimitir de su cargo, en una clara referencia a Navarro.

Tras su nombramiento en el verano de 2017, el nuevo jefe de personal de la Casa Blanca, el general John Kelly, no tardó en darse cuenta del problema que suponía Navarro. “El ‘statu quo’ actual es insostenible”, le comentó Porter. “No creo que puedas deshacerte de Peter, porque el presidente le adora. No lo permitirá jamás. No puedes ascender a Navarro, como pretende, porque eso sería absurdo. Peter necesita rendirle cuentas a alguien, aparte de sentir que tiene línea directa con el presidente. Pero muchas veces consigo interceptarle”.

La solución de Kelly fue establecer una jerarquía que impedía que Navarro pudiese acceder al presidente sin pasar por sus superiores, y el Consejo Nacional de Comercio fue absorbido dentro de otras instituciones y supeditado a la autoridad de Cohn. Pasó un tiempo hasta que Trump se dio cuenta de su ausencia. “¿Dónde demonios está mi Peter? No he hablado con Peter Navarro en dos meses”, preguntó un día de repente. Arrinconar al heterodoxo economista no iba a ser posible.

El libro del periodista de investigación Bob Woodward “Miedo: Trump en la Casa Blanca” describe en detalle los enconados enfrentamientos entre Navarro y Cohn. En los meses anteriores a su salida, Cohn dedicó gran parte de sus energías a impulsar una investigación comercial sobre las prácticas ilícitas de China en cuestiones como el robo de propiedad intelectual y las falsificaciones, sobre las que existía un amplio consenso bipartidista e internacional. Trump se resistía, por temor a poner en riesgo la buena relación con el presidente chino Xi Jinping de la que se jactaba por aquel entonces. Navarro podría haber sido un aliado natural para Cohn, pero eligió un campo de batalla más atractivo para el presidente: los aranceles al acero y al aluminio.

Un feroz guerrero del ‘América Primero’

El conflicto se resolvió de forma épica. Cohn y Porter dedicaron innumerables reuniones a mostrarle al presidente datos y gráficas que demostraban no solo que la recaudación sería irrisoria, sino que la potencial recuperación de empleos en las plantas de producción era inferior a la cifra de trabajos que se perderían en otro tipo de industrias que utilizaban componentes hechos de estos elementos. Navarro les flanqueó organizando, sin su conocimiento, una reunión del presidente con los principales ejecutivos de las empresas del acero de EEUU a finales de febrero de 2018. Una semana después, Trump decretó aranceles del 25% al acero y del 10% al aluminio.

Tras perder la batalla de los aranceles, Cohn presentó su dimisión. Navarro, cuyas ideas estaban en total sintonía con las de Trump, había vencido. “Hay solo un puñado de personas que, desde un punto de vista político, comprendan al presidente tan bien como lo hace Peter”, afirma David Bossie, quien trabajó con Navarro durante la campaña y posterior transición, en el reportaje de The Atlantic.

Con Cohn y Kelly fuera de la Casa Blanca, la influencia de Navarro ha seguido creciendo. Ha tenido mucho que ver con la designación de China como país manipulador de divisas (otro de sus temas recurrentes, sobre el que escribió en profundidad en “Muerte por China”). Y fue uno de los arquitectos de la política de amenazar a México con aranceles si no se plegaba a las demandas estadounidenses en inmigración.

“Peter es un feroz guerrero a favor de la agenda de comercio de ‘América Primero’, y aunque esto puede molestar a algunos del fallido ‘establishment’ bipartidista del Pantano de Washington, comprende que no podemos seguir permitiendo que China siga aprovechándose de los trabajadores estadounidenses y degradando nuestra base industrial”, escribió Donald Trump Jr. al Washington Post. “Su única agenda es la agenda de mi padre y la Casa Blanca tiene suerte de tenerle”, señaló el hijo del presidente.

Por ahora, la Administración Trump no está ganando la guerra comercial con China, pero tampoco la está perdiendo. Medio millón de empleos manufactureros han regresado a EEUU, y aunque la confrontación está creando todo tipo de distorsiones para la economía norteamericana, los estadounidenses de a pie aún no lo han notado. Al contrario: los salarios han subido, especialmente los de los trabajos menos cualificados, mientras el desempleo está bajo mínimos.

Así las cosas, y con el horizonte de la reelección en menos de año y medioTrump tiene muchas razones para seguir apostando por las recetas de “su Peter”, sea lo que sea que venga luego.

Publicado originalmente en El Confidencial el 13/08/2019

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