¿Puede ‘el alcalde de los abrazos’ ser el principio del fin de Erdogan?

Vallas publicitarias celebrando la primera victoria electoral de Ekrem Imamoglu, en abril de 2019. (Fuente: Wikimedia Commons)

El opositor Imamoglu, un antiguo constructor que entró en política harto de la corrupción, se ha hecho un nombre por su excelente gestión, aperturismo y disposición a colaborar

A estas alturas, en Turquía ya nadie se llama a engaño sobre cómo funcionan las cosas. Por eso, cuando el Consejo Electoral anunció que era necesario repetir las elecciones celebradas en Estambul el pasado 31 de marzo por presuntas irregularidades, el mensaje estaba muy claro. El presidente de Recep Tayyip Erdogan estaba dispuesto a enterrar la democracia turca con tal de no perder la plaza más importante del país, que su candidato, el exprimer ministro islamista Binali Yildirim, había perdido por 14.000 votos meses antes.

Aún así, la repetición de los comicios este domingo resultó ser un grave error estratégico desde el principio. Cientos de miles de turcos percibieron la estrategema como una grave afrenta, movilizando a grandes masas de votantes desencantados y convirtiendo las elecciones a la alcaldía en un plebiscito sobre la gestión de Erdogan. La oposición ha ganado con 742.000 votos de diferencia, multiplicando su margen de victoria más de 50 veces respecto a los comicios anteriores. No solo los islamistas del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) han perdido una localidad que controlan desde 1994. También lo han hecho en sus bastiones tradicionales -como Üsküdar y Tuzla- e incluso en el distrito ultraconservador de Fatih.

Abrazarnos unos a otros

A ello ha contribuido el talante de su candidato, Ekrem Imamoglu, del Partido Republicano (CHP), que destaca por su actitud conciliadora. Este antiguo constructor decidió entrar en política en 2009, harto de las irregularidades en la adjudicación de contratos municipales, y cinco años después se convirtió en el alcalde del distrito estambulí de Beylikdüzü, donde se ha hecho un nombre por su excelente gestión, su aperturismo y su disposición a colaborar con todas las formaciones.

“Buscan el conflicto. Pero nosotros, la gente que no queremos que esta nación se pelee, seguiremos insistiendo en abrazarnos unos a otros”, dijo Imamoglu a sus seguidores la noche en la que se anunció la anulación de su victoria. El contraste con el estilo polarizador de Erdogan no podría ser mayor. Y los votantes lo han recompensado en las urnas.

Se suma también el hastío por una discutible gestión económica que ha conducido a una espectacular depreciación de la lira, agravada por el nepotismo y la decisión de Erdogan de poner a su yerno al frente de las finanzas del país pese a sus dudosas credenciales para el puesto. El resultado es que incluso una gran parte de los sectores piadosos de la sociedad, que antaño votaban en masa al AKP, se han cansado.

Ni siquiera la misteriosa aparición en el último momento de una carta de Abdullah Öcalan -el encarcelado líder de la guerrilla kurda del PKK- pidiendo a la población kurda que se mantuviese “neutral” en estas elecciones (un llamamiento efectivo a la desmovilización) ha conseguido revertir esta tendencia. En Turquía, pese a todo, todavía es posible un cambio de gobierno a través de las urnas.

“Hay una esperanza renovada en la democracia turca. Este es un mensaje claro de que, como mínimo, Estambul ha votado para restablecer el pluralismo”, indica Gürkan Ozturan, director ejecutivo del medio de comunicación opositor Dokuz8. “Cierto, Imamoglu cuenta con el respaldo del CHP, que es el segundo partido del país. Pero eso no significa que haya recibido el apoyo de esos votantes. Podemos afirmar que se ha llevado el voto que normalmente va a otras cuatro formaciones opositoras, más el de parte del AKP y del Partido de Acción Nacional [MHP, una formación que gobierna en coalición con la de Erdogan]. Eso significa que la gente prefiere el mensaje popular de Imamoglu de abrazar al otro en lugar de que una sola persona le ordene a todo el mundo lo que debe hacer”, dice a El Confidencial.

“La mayoría de los medios internacionales no lo están leyendo en clave local, sino como una derrota de Erdogan. Y de algún modo lo es: en el sistema que ha creado, cada vez que hay unas elecciones, es él quien se presenta, sea un referéndum sobre la reforma constitucional o para elegir los 600 escaños del Parlamento. Él siempre es candidato, así que sí, creo que es él quien ha perdido”, asegura Ozturan. “A partir de hoy vamos a ver voces nuevas, partidos nuevos más vocales en el Parlamento. Y esta misma semana podríamos oír hablar ya de elecciones adelantadas, para este otoño”, señala.

Dictadura 2.0

No deja de ser llamativa esa querencia de muchos autócratas por pretender que su legitimidad dependa de unas elecciones, cuando los regímenes autoritarios hace mucho que han aprendido que las urnas no significan nada si no van acompañadas de una separación de poderes o una verdadera representatividad política. Los nuevos pucherazos ya no aspiran a unas elecciones amañadas en las que el dictador de turno gana con resultados superiores al 90% -tan típicas, hasta hace muy poco, en África o Asia Central-.

Ahora se buscan “escenarios electorales” en los que hay un solo partido con opciones reales de vencer ante varias formaciones fantasma que cumplen la doble función de dividir el posible voto opositor y de otorgar una fachada de pluralismo. Si surge un político o facción que puede representar una amenaza real para el poder, se hostiga y suprime.

Al tiempo, se utilizan otros mecanismos aparentemente legales, como el uso de sanciones financieras o restricciones legales, los tribunales, los inspectores fiscales y otros recursos del Estado para atacar y destruir a los rivales. Como han descubierto los nuevos autócratas, una condena por terrorismo a un opositor político atrae mucha más atención internacional que una por evasión de impuestos.

La Rusia de Putin ha sido pionera, pero otros le siguen de cerca, desde la Venezuela chavista a la propia Turquía de Erdogan, o, cada vez más, dentro de la propia UE, con ejemplos como la Polonia del Partido Ley y Justicia o la Hungría de Orbán. Estos regímenes, además, aprenden unos de otros. De ahí la privilegiada relación que mantienen los Gobiernos de Erdogan y Orbán -bastante sorprendente, pese a la abierta hostilidad de éste hacia todo lo musulmán-, y de ambos con Putin.

¿Principio del fin?

Erdogan, de hecho, parece estar posicionándose cada vez más en el eje iliberal eurasiático y menos en el de los valores europeístas, tal vez consciente de que sus horas en el club occidental están contadas. De ahí el hecho de persistir en adquirir un sistema de misiles rusos S-400, incompatible con la tecnología de la OTAN, pese a las numerosas advertencias de la Alianza Atlántica.

Hoy por hoy, esta institución no tiene ningún mecanismo de expulsión para un miembro díscolo y, por ahora, los estrategas atlantistas -conscientes de la importancia geopolítica crucial de Turquía y poco deseosos de tomar una decisión difícil de revertir- parecen haber preferido obviar el problema. La dinámica es desviar cada vez más recursos hacia la vecina y mucho más dócil Grecia esperando que, tarde o temprano al despertar, Erdogan ya no esté allí. Pero los años pasan y allí sigue, pasando del coqueteo a la relación abiertamente carnal con los principales rivales de la OTAN.

Por eso, la victoria de Imamoglu puede ser el principio del fin del régimen de Erdogan. Con la pérdida de Estambul se van también numerosos y lucrativos contratos que venían alimentando el clientelismo y los bolsillos de importantes donantes del AKP, muchos de los cuales son meros oportunistas que no dudarán en cambiar sus lealtades.

Además, pese a no ser la capital, Estambul es un buen termómetro sobre la política nacional. No sólo es el motor económico, intelectual y espiritual de Turquía, sino que acoge a una quinta parte de la población de todo el país y es una insuperable plataforma electoral -el propio Erdogan fue alcalde de Estambul-. Y un candidato como Imamoglu tiene muchas opciones de obtener la presidencia –esa es, al menos, la esperanza de una gran parte de la población-, por lo que representa una amenaza muy seria al ejecutivo actual.

“Estambul es la mayor ciudad de Europa, y genera más del 50 por ciento del PIB del país. En las últimas elecciones presidenciales, en junio de 2018, Erdogan aún ganó en esta ciudad, así que la conclusión es que en el plazo de un año la ha perdido miserablemente”, comenta Ozturan. “Toda esta mayoría votó por el CHP, e incluso en los distritos del AKP la diferencia es muy estrecha. Así que es un colapso de su legitimidad”, sostiene.

¿Erdogan en la oposición?

Erdogan, a diferencia de otros autócratas, llegó con las urnas y debe irse con las urnas, arrastrado por la erosión de su popularidad y el rechazo a su gestión. Cualquier otro escenario, como muestra el caso del golpe de Estado de 2013 en Egipto, supone agravar la factura social y polarizar el país irremediablemente. De lo contrario, el trauma nacional perdurará por décadas y el movimiento político que le aupó al poder podría volver en cuanto haya un cambio de circunstancias -como ya ocurrió, de hecho, con el fenómeno de la victoria del AKP en 2002-. “La venganza de Anatolia”, lo denominó de forma certera el politólogo y especialista en Turquía Imanol Ortega en su estudio sobre el partido de Erdogan.

La gran duda es si Erdogan aceptaría esa derrota. En estos 17 años de Gobierno, los miembros del AKP han cometido tantos desmanes -desde apropiación indebida de fondos hasta graves violaciones de derechos humanos- que son conscientes de que para muchos de ellos un cambio de liderazgo en Turquía implicaría, más pronto que tarde, sentarse en el banquillo de los acusados.

“Yo no veo a Erdogan como jefe de la oposición, la verdad”, me dijo recientemente el periodista exiliado Can Dündar, perseguido en Turquía por haber publicado un vídeo que demostraba el apoyo otorgado por el servicio de inteligencia turco MIT a grupos yihadistas en Siria. Su caso, que relata en detalle en el libro “Arrestados” (Ed. Descontrol, 2019), es apenas uno entre la miríada de abusos que han tenido lugar en estos años.

Unos abusos, sin embargo, de los que una parte importante de la sociedad turca está más que harta y por los que exige una restitución. Pero primero, y sobre todo, exige el fin de la situación actual. Y no se engañen: Erdogan lo sabe.

Publicado originalmente en El Confidencial el 24/06/2019

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