¿Son efectivas las sanciones a Rusia?

Diagrama de las nuevas sanciones impuestas a Rusia en marzo de 2018, publicado por la versión en ruso de Voice of America (Fuente: Wikimedia Commons)

La economía rusa se encuentra en su peor momento desde 2016, pero las razones son múltiples. Y hay consenso en un punto: las restricciones no han alterado el comportamiento de Moscú

El pasado lunes entraron en vigor las nuevas sanciones impuestas por EEUU a Rusia, en represalia por el presunto envenenamiento con el agente nervioso Novichok del ex espía ruso Serguéi Skripal en el Reino Unido. La iniciativa, considerada la más dura hasta la fecha, contempla el veto a la exportación de algunas tecnologías estadounidenses -incluyendo elementos militares- a ese país. Y si la situación no se modifica radicalmente en las próximas semanas, dentro de menos de tres meses se aplicará una ronda adicional, que podría abarcar una prohibición de que las aerolíneas rusas aterricen en Estados Unidos.

“Las sanciones siguen vigentes y permanecerán vigentes hasta que se produzca el cambio requerido en el comportamiento ruso”, declaró el pasado 24 de agosto el asesor de Seguridad Nacional de EEUU, John Bolton, durante una visita a Kiev para mostrar su apoyo al Gobierno ucraniano. Además, el Congreso estudia la posibilidad de aprobar medidas adicionales para castigar la “agresión rusa”, incluyendo su presunta injerencia en el proceso electoral estadounidense. Entre estas se encontraría la prohibición de que inversores norteamericanoscompren bonos de la deuda gubernamental rusa, e incluso prohibir el acceso de varios bancos rusos al dólar, una medida que podría tener consecuencias importantes para el sistema financiero del país. Por su parte, el pasado 29 de junio el Consejo Europeo decidió renovar las sanciones por otros seis meses, como viene haciendo de forma rutinaria desde 2014.

La economía rusa está empezando a sufrir seriamente su impacto. La semana pasada, el rublo cayó a su nivel más bajo desde 2016, y la situación ha llevado al presidente Vladímir Putin a decretar el retraso obligatorio en la edad de jubilación (una decisión que ha tenido que revertir ante el estallido de importantes protestas en todo el país). La inclusión de muchos individuos cercanos al Kremlin en las listas del Departamento del Tesoro ha desatado el nerviosismo entre los oligarcas, dando impulso a proyectos como la decisión de crear sociedades offshore en Kaliningrado y Vladivostok para facilitar la repatriación de capitales.

No obstante, los expertos debaten sobre hasta qué punto las sanciones están siendo eficaces. Rusia, de hecho, no está indefensa: legisladores rusos estudian prohibir la exportación a EEUU de los cohetes espaciales RD-180, que la NASA utiliza para lanzar los satélites gubernamentales, y subir las tarifas a las aerolíneas estadounidenses por cruzar el espacio aéreo ruso. Y existe consenso en un punto: estas represalias no han conseguido modificar el comportamiento del Kremlin en la escena internacional.

Las sanciones de EEUU y la UE fueron impuestas en 2014 tras la anexión rusa de Crimea y el derribo del vuelo MH17 de Malaysian Airlines, del que se responsabilizó a los rebeldes ucranianos apoyados por Rusia. Hasta entonces habían existido otras, como la Ley Magnitsky de 2012, dirigida a castigar a altos cargos considerados responsables de violaciones de derechos humanos, pero su espacio en la relación de los países occidentales con Rusia era marginal. A partir de esa fecha, las represalias no han dejado de expandirse, modificando incluso sus objetivos teóricos sobre la marcha.

Un mundo interdependiente

En 2015, el FMI estimó que serían responsables de una caída del 1,5% del PIB ruso anual. Pero como señalan los expertos, el principal motivo del declive económico ruso es ante todo la caída de los precios del petróleo, como quedó claro con el repunte de 2017, que permitió el retorno al crecimiento. “En muchos sentidos, la legislación es un mero reflejo del problema general de formular cualquier política estadounidense coherente hacia Rusia: la confrontación sigue siendo el camino de menor resistencia, la política se centra tanto en las necesidades políticas domésticas como en las de política exterior, y las sanciones no ofrecen ningún incentivo real para mejorar el ‘status quo’”, escribió Emma Ashford, del conservador Instituto Cato, cuando la Administración Trump anunció la imposición de una nueva ronda de restricciones a finales del año pasado.

“No es más probable que las nuevas sanciones produzcan un cambio de política que sus predecesoras. De hecho, podrían hacerlo incluso menos porque no tienen objetivos claros”, asegura Ashford en un artículo titulado significativamente. “Por qué las nuevas sanciones a Rusia no cambiarán el comportamiento de Moscú”. “Las sanciones de la Administración Obama respecto a Crimea y Ucrania al menos estaban enfocadas nominalmente en acabar con la agresión rusa en Ucrania, pero las nuevas sanciones son bastante menos específicas y mucho más abiertas. El Congreso parece más enfocado en castigar a Rusia por sus acciones durante las elecciones de 2016, y tal vez en debilitar el país a largo plazo, que en objetivos políticos concretos”, asegura.

“Las sanciones a las grandes potencias son ineficaces, por varios motivos. Vivimos en un mundo interdependiente, no es como durante la guerra fría, cuando un embargo comercial hacia la Europa comunista limitaba sus opciones a la órbita soviética. Hoy, los recursos que no puede obtener de Occidente los encuentra en otros lugares”, afirma Jorge Mestre, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Europea de Valencia y experto en Rusia, y autor de un documento académico que analiza esta cuestión. Mestre pone como ejemplo el caso de los productos hortofrutícolas, los que más afectan a España: “Les hemos dado un regalo a otros países como Turquía, Israel, Egipto y el norte de África, que se han convertido en los mayores proveedores de hortalizas, frutas y verduras a Rusia”, dice a El Confidencial.

En un reciente artículo en el Washington Post, los reporteros Jeanne Whalen y John Hudson analizan la dificultad de hacer funcionar las restricciones en un país tan grande como Rusia, con un peso enorme en las finanzas internacionales. “Comparado con otros países que han estado bajo sanciones estadounidenses, incluyendo Irán, Cuba, Myanmar y Corea del Norte, Rusia juega un papel mayor en el comercio global, dando a las sanciones más potencial para golpear, tanto a sus objetivos declarados como a entidades colaterales en EEUU y Europa, según los economistas y expertos en comercio”, afirman.

Un ejemplo ha sido la inclusión en las listas del Departamento del Tesoro del oligarca ruso Oleg Deripaska, director de Rusal, una de las empresas de aluminio más importantes del mundo. La medida le costó 3.300 millones de dólares a Deripaska, pero las sanciones provocaron que el precio global del aluminio se disparase, afectando a empresas europeas y estadounidenses. Tras una oleada de protestas diplomáticas, el Tesoro suavizó su posición, ofreciéndose a levantar las sanciones a Rusal si éste abandonaba su dirección, cosa que hizo al cabo de casi dos meses de pérdidas continuas. El caso ilustra a la perfección los riesgos de este tipo de medidas.

Innovaciones creativas

“La tasa que se cobran las sanciones en la economía rusa no es lo suficientemente grande para suponer una amenaza existencial”, señala Alexander Gabuev, analista del Centro Carnegie de Moscú. “La depreciación del rublo y la baja inflación han permitido al Gobierno elevar nominalmente los salarios y mitigar el impacto en el público. La economía rusa no va muy bien, pero la actual tasa de crecimiento del 1,8% no es despreciable. Al final, es la falta de reformas estructurales para lidiar con la corrupción endémica y el escaso respeto por los derechos de propiedad y el estado de derecho lo que bloquea la economía, no las sanciones”, opina.

“La situación de sanciones le ha servido a Rusia para innovar en su producción interna, además en ámbitos muy llamativos, como por ejemplo la industria quesera. La compra de queso europeo fue prohibida en 2014, en reacción a las sanciones de la UE por Crimea. Eso lo que hizo fue fortalecer la producción propia, y hoy por hoy te puedes comer un ‘camembert brie’ no producido en Francia, sino en Rusia”, indica Mestre.

En el mismo sentido se expresa Gabuev: “La prohibición impuesta por el Kremlin en importaciones alimentarias de EEUU y la Unión Europea ha beneficiado a los empresarios agrícolas locales, en particular a aquellos con buenos vínculos con el régimen. Los sustitutos industriales a las importaciones no han hecho que las manufacturas rusas sean globalmente competitivas, pero han ayudado a elevar la cuota de mercado de los conglomerados estatales a costa de las empresas occidentales. Los bancos estatales sancionados han recibido inyecciones masivas de capital del Banco Central y están consolidando de forma agresiva su control sobre todo el sector”, afirma.

Además, señala Mestre, “el estado de sanciones acaba encontrando puertas de entrada cuando hay empresas interesadas. Nos hemos encontrado con que puedes consumir en Rusia merluza emperador con etiquetado de Bielorrusia, un país que no tiene mar. Ocurre porque obviamente hay empresas que lo pasan primero por Bielorrusia para entrar a Rusia. Además, cuando hay empresas occidentales que tienen un interés importante, al final acaban encontrando la fórmula, por ejemplo creando nuevas sociedades en países neutrales”, afirma. Apunta que en Crimea, McDonalds y todas las cadenas de comida rápidamente acabaron cerrando porque eran muy evidente. “Pero otras empresas, que legalmente no pueden vender allí, como Windows, acaban buscando fórmulas a través de sociedades que se crean en Rusia y acaban comercializándose”.

“A pesar de las sanciones, ninguna de las cuestiones que motivaron su origen han retornado al punto anterior”, opina Mestre. “En teoría son selectivas, van dirigidas a ciertas empresas y oficiales cercanos al Kremlin. Por supuesto, estos podrán haber visto su situación empeorar en ciertos momentos, pero la gente que tiene dinero, lo que pierde por un lado lo ganan por el otro. Lo que hacen es mover el dinero. Aunque hablamos de sanciones selectivas, a quienes acaban perjudicando es al ciudadano de a pie”, asegura.

¿Efecto ‘in crescendo’?

Pero otros expertos creen que todo depende de cómo se mida la eficacia de las medidas. “Los críticos se equivocan. Las sanciones rusas han demostrado ser más efectivas, de forma más rápida, de lo que sus promotores esperaban”, asegura Nigel Gould-Davies, académico asociado a Chatham House. “¿Qué han logrado? Rusia no ha devuelto Crimea ni se ha retirado de Ucrania, ni su economía se ha hundido. Pero las sanciones nunca trataron de lograr eso. Más bien fueron diseñadas con tres objetivos: primero, disuadir a Rusia de escalar una agresión militar; segundo, reafirmar las normas internacionales y condenar su violación; y tercero, animar a Rusia a lograr un acuerdo político, en concreto, implementar plenamente los acuerdos de Minsk”, escribe en Foreign Affairs.

“Al juzgarlo respecto a esos tres objetivos, las sanciones han funcionado en gran medida”, afirma Gould-Davies, aunque admite que los resultados respecto a Minsk no son satisfactorios. “Rusia está preparada para pagar un gran precio con tal de mantener su influencia en Ucrania”, concede.

Este experto, sin embargo, cree que los efectos se irán notando cada vez más con el paso del tiempo. “Por su propio diseño, su impacto se intensificará. En particular, las medidas que privan al sector energético de tecnología extranjera y finanzas harán un daño más profundo cuanto más tiempo sean aplicadas”, afirma, y pone como ejemplo la preocupación que varios altos cargos del Kremlin han mostrado públicamente, y las medidas que Rusia está tomando para combatir estos efectos.

Pero Mestre es de los que cree firmemente que las sanciones son un error, y desaconseja que se sigan aplicando. “Al final, lo importante es qué objetivo queremos plantearnos: ¿llevarnos bien con Rusia, o mantener unas relaciones de espaldas unos a otros? Si es esto último, las nuevas rondas de sanciones son una buena forma, pero es una lógica que nadie está pidiendo en estos momentos”, asegura. “A mí me llama mucho la atención que España adopte posturas marcadamente antirrusas, como si fuéramos Ucrania o los países bálticos. Pero estamos en la otra punta de Europa. Somos un país que debería facilitar ese diálogo tan necesario entre Bruselas, Washington y Moscú”, dice. De momento, no obstante, los vientos soplan en gran medida en sentido contrario.

Publicado originalmente en El Confidencial el 03/09/2018

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