“Sunna Swahili”: el extraño grupo armado considerado ‘el Boko Haram de Mozambique’

Los militantes de ‘Sunna Swahili’ en un vídeo publicado en enero, en el que apelan a los mozambiqueños a unirse a la yihad

Hasta el pasado octubre se les consideraba insignificantes, pero desde entonces han creado un conflicto que ha dejado casi un centenar de muertos y amenaza la reciente prosperidad energética

Los soñolientos policías no lo vieron venir. Aprovechando las últimas horas de oscuridad antes del alba, treinta hombres se repartieron por la localidad de Mocímboa da Praia, en el norte de Mozambique, y lanzaron un ataque simultáneo contra tres comisarías, matando a 17 personas, entre ellas dos agentes y un líder de la comunidad. Los asaltantes robaron varias armas de fuego y abundante munición y se hicieron con el control de la pequeña ciudad durante un día y medio, hasta que la llegada de refuerzos les obligó a retirarse. Y lo más sorprendente: durante su breve ocupación del lugar, instaron a los locales a rechazar todo símbolo del estado, incluyendo las escuelas y hospitales, por considerarlos no acordes con la fe islámica, y les conminaron a no pagar sus impuestos.

Los militantes se presentaron ante los alucinados y aterrorizados vecinos con un nombre: “Al Sunna u-Yama’ah”, que puede traducirse como ‘la Comunidad de la Sunna’, o de la tradición islámica suní. Ante otros auditorios se habían identificado de otra manera, bajo el epíteto “Sunna Swahili”. También como “Al Shabaab” (“Los jóvenes”), aunque el grupo carece de vínculos con la organización homónima de Somalia. Pero con quien guarda verdaderas similitudes es con otra milicia extremista africana: expertos y periodistas locales han empezado a denominarlo “el Boko Haram de Mozambique”.

Lo ocurrido el pasado 5 de octubre puede considerarse el rito de paso a la madurez de lo que hasta entonces había sido apenas un grupo incipiente e insignificante en la miríada de grupos yihadistas africanos. Desde entonces, las acciones de este grupo y la lucha contrainsurgente de las fuerzas de seguridad mozambiqueñas han dejado casi un centenar de muertos y un millar de desplazados, y amenazan con convertir el nordeste del país, en la frontera con Tanzania, en un nuevo e intenso foco de conflicto. A finales de mayo, en una de sus peores atrocidades, decapitaron a una decena de personas, incluyendo a varios niños, en la aldea de Monjane, en el distrito de Palma.

La respuesta del estado ha sido contundente. “Cientos de hombres y mujeres han sido arrestados. Algunas mezquitas han sido cerradas y otras han sido destruidas. En algunas áreas, se ha disuadido a los musulmanes de llevar birretes religiosos. Eso ha llevado a algunos líderes islámicos a advertir de que el Gobierno de Mozambique no debe alienar a todos los musulmanes a causa de las actividades de un grupo marginal”, explica Eric Morier-Genoud, profesor de historia africana en la Universidad de la Reina de Belfast.

De activistas religiosos a insurgentes

Ciertamente, el factor religioso juega un papel fundamental. No obstante, la aparición de una insurgencia islámica no deja de ser extraña en un país donde la población musulmana no supera el 18% del total, y donde incluso en Cabo Delgado, donde se concentran la mayoría de los creyentes, suponen solo el 58%. El islam que se practica en Mozambiqué, además, es de inspiración sufí, alejado del radicalismo de inspiración wahabí que exhiben los grupos yihadistas. Pero los miembros de Sunna Swahili “tienen una gran ignorancia en lo que concierne al Corán y la tradición profética”, afirma el imán local Saide Habibe en una entrevista con la agencia EFE.

La Comunidad de la Sunna surgió como un movimiento religioso a principios de la década, aparentemente influido por el clérigo extremista keniano Aboud Rogo, cuyas prédicas incendiarias eran ampliamente difundidas en el este de África a través de internet. Cuando Rogo fue asesinado por desconocidos en 2012, algunos de sus seguidores se dirigieron al sur, a Tanzania, y algunos de ellos se afincaron en Cabo Delgado, donde no tardaron en radicalizar a grupos de jóvenes poco alfabetizados, a quienes abordaban con la excusa de enseñarles “el verdadero islam”.

Pronto, estos jóvenes empezaron a irrumpir en las mezquitas de la zona armados con cuchillos y machetes, acusando a los fieles de practicar un islam “desviado” y amenazándoles si no seguían su propia versión extremista de la religión. Además, empezaron a exigir la implementación de la sharía (ley islámica). A medida que sus acciones iban siendo cada vez más violentas, empezaron a prepararse para la lucha armada en campamentos secretos en Macomia, Mocímba da Praia y Montepuez, donde fueron entrenados por ex miembros de las fuerzas de seguridad descontentos con el Gobierno. Posteriormente, algunos de ellos recibieron formación a manos de militantes de otros grupos yihadistas, como el Al Shabaab somalí, algunos de cuyos miembros ejercieron como instructores a cambio de una remuneración económica. “Algunos de los combatientes fueron entrenados en el Congo, Tanzania, Kenia y Somalia”, asegura un estudio realizado por Habibe y Joao Pereira, profesor de ciencias políticas en la Universidad Eduardo Mondlan.

En enero, media docena de los miembros del grupo aparecieron en un vídeo propagandístico en el que, en portugués y en árabe, hacían un llamamiento a los ciudadanos mozambiqueños a unirse a su causa y a rechazar al estado. “Se estima que el movimiento tiene entre 350 y 1.500 miembros organizados en decenas de pequeñas células a lo largo de la costa del norte de Mozambique”, indica Morier-Genoud en un artículo sobre este grupo.

Un estudio del Centro África de Estudios Estratégicos, a partir de conversaciones con líderes religiosos locales, señala a dos de sus cabecillas: un ciudadano de Gambia identificado como Musa, y un mozambiqueño llamado Nuro Adremane, aparentemente uno de los miembros que recibió entrenamiento en Somalia. No obstante, el grupo parece tener una estructura muy flexible, lo que les ha permitido sobrevivir a la detención de cientos de sus integrantes y simpatizantes, y a las numerosas bajas recibidas en los choques con las fuerzas de seguridad.

¿Meras máquinas de saquear?

Pero además de la religión, otros elementos parecen estar alimentando la insurgencia. Cabo Delgado tiene la mayor tasa de analfabetismo de Mozambique, de casi un 65%, y en localidades como Palma llega casi al 90%. El desempleo y las privaciones económicas están muy extendidos, y es frecuente que los jóvenes no tengan dinero para pagar una dote, por lo que permanecen solteros hasta edades muy avanzadas para los estándares africanos, una frustración que les convierte en un objetivo ideal para el reclutamiento.

En ese sentido, algunos expertos consideran que incluso si este grupo tuvo un componente predominantemente ideológico en un principio, ahora se ha convertido en una mera máquina de pillaje de motivaciones fundamentalmente económicas. “Lo primero es crear una situación de inestabilidad en la región para permitir el comercio ilícito de madera, marfil y rubíes, en el cual los líderes del grupo están involucrados”, dice Pereira. “Después, a partir de esos negocios ilícitos, alimentar otras redes con las que están relacionados, como las milicias de la República Democrática del Congo (RDC), Tanzania o Kenia”, explica. Según sus investigaciones, el grupo recauda 3 millones de dólares a la semana sólo con el tráfico ilegal de madera. Además, el vacío de autoridad ha hecho que los puertos de Cabo Delgado se estén convirtiendo en algunos de los principales puntos de entrada de la heroína procedente de Sudamérica en el continente africano, según advierte la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional.

En cambio, otros analistas, como Morier-Genoud, son escépticos: “Estas afirmaciones no están respaldadas por evidencias firmes, y es difícil imaginar que un grupo guerrillero que recaudase tres millones de dólares por semana estuviese luchando aún solo con machetes y unas pocas armas de fuego“, indica. Existe, además, un factor étnico que convierte a este grupo en un fenómeno autóctono: la base de la insurgencia la forman miembros de la minoría mwani, que se consideran marginados por las mayorías makua y makonde.

En cualquier caso, el surgimiento del grupo ha venido a poner en riesgo la incipiente prosperidad en la provincia, donde recientemente se descubrieron importantes reservas de hidrocarburos. Grandes firmas energéticas como ExxonMobil, ENI o Anadarko planean una inversión total de más de 30.000 millones de dólares, y las dos últimas empresas trabajan ya en sendas hojas de ruta para establecer dos plantas de gas natural licuado (LNG). Anadarko tiene previsto enviar a dos mil trabajadores extranjeros a Cabo Delgado para iniciar las obras, para lo que ya ha obtenido el permiso del Gobierno, una iniciativa que ahora peligra por la violencia.

El pasado 8 de junio, los empleados de esta compañía se negaron a acudir al trabajo por temor a un ataque, y Anadarko ha ordenado a sus empleados extranjeros que no se aventuren fuera del recinto de la empresa. Si la situación empeora, pondría en riesgo un proyecto que promete dar trabajo a unos 5.000 locales durante la fase de construcción, y a otros mil durante el mantenimiento. Precisamente el tipo de inyección económica que el lugar tanto necesita, y cuya inexistencia está empujando a tantos jóvenes desempleados a los brazos de esta extraña yihad.

Publicado originalmente en El Confidencial el 20/07/2018

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